sábado, 10 de marzo de 2012

La sabiduria y nobleza del gato

Había una vez, un joven que tenía un gato, de rayado y anaranjado cuerpo, esbelto y gritón, ya que quería toda la atención del joven para él solo. En la casa nadie más lo acariciaba, prefería las caricias de su amo que tiernamente entre las orejas le rascaba, y entrecerraba sus grandes y amarillos ojos de puro gusto.
Un día de aquellos, llego a la casa un nuevo integrante, un hermoso culli, mas parecía una enorme rata decía la madre a lo que el gato maullaba como queriendo apoyar el comentario. Pero no importaba, el gato tenía a su amo y eso era lo único que importaba, hasta que un día el joven decidió acariciar también al culli, que infortunio para la pequeña criatura que el gato en sus acostumbrados paseos por la casa, vio al joven cargando al animalejo, su ira basada en la traición hizo surgir lo peor de ese atigrado felino, que no pudo resistir mas sus instintos y pesco al culli por el cuello arrastrándolo debajo de un sillón, ahí hizo de las suyas, lo abrió del cuello al ombligo haciendo caso omiso a los gritos del animalito confundido, y de la familia al otro lado del sillón, cuando los gritos del culli cesaron, la casa entera quedo en silencio, uno a uno los integrantes de la familia se asomaron para sopesar la sangrienta carnicería, y al gato, siempre contento y orgulloso de haber cumplido con su cometido, luciendo cual guerrero o cazador una genuina pieza de exhibición. Alarmados todos luego del sepulcral silencio, surgió una voz alentadora "Soy veterinaria" dijo una prima que andaba visitando a la familia, presurosos le entregaron el desarmado cadáver a  la que ahora se convertía en la heroína de la casa. No alcanza la teoría de la relatividad a explicar cuanto tiempo estuvo la prima en la cocina, sola, y el resto de la familia comentando lo rápido de lo acontecido, el joven miraba lejano a su anaranjado gato, que en forma de reprimenda fue a parar al patio. Finalmente la audaz prima salió de la cocina, con el cullo en los brazos, el pequeño desde el cuello al ombligo ahora estrenaba unas puntadas de campeonato, cual costurera profesional, la prima mostraba a todos el trabajo logrado, pero aun así el pobre animalejo no mostraba señales de vida, ni sus finos bigotitos, ni sus pequeñas y huesudas patitas querían volver a la vida, nadie lo hubiera hecho, con la amenaza circundante de un gato celoso, ni el diablo se acercaría al joven para cobrar su alma. Dejáronlo reposar la noche entera, tal vez un milagro les traería de vuelta al hiperactivo familiarcillo. Para conmoción de la familia a la mañana siguiente el culli seguía en el mismo estado, y estando todo el mundo resignado se aliviaban con palabras de consuelo “De todas formas tienen una vida corta” “Tal vez no era para este tipo de familia”, y no faltaron aquellos que con la tristeza disculpaban al gato, “Es su naturaleza, el instinto de un cazador felino, no hay nada que hacer”. Mientras preparaban al prematuro difunto, con ropitas monas hechas por la madre la noche anterior, con una hermosa cajita de zapatos en la que venían las zapatillas que ahora usaba el padre, y como olvidarse de la sepultura, que con anticipación había sido pedida al jardinero que, creyendo la superstición, cabo el no muy profundo foso, debajo del jazmín en flor. Todo estaba listo y dispuesto, la familia entera cubierta de negro, menos claro, el anaranjado gato que miraba desde una esquina del jardín como los humanos recorrían el porche cargando a cuestas al floreado finado. Puesto al fin y al cabo la lapida con su respectivo epitafio, se dispuso la familia a despedir a su bien amado, pero ¿Qué hace? De improviso y sin recato, el gato salto dentro del sepulcro sagrado, abrió la caja de zapatos y extrajo al culli de un zarpazo, la madre que ya lloraba a cantaros pues gustaba de hacer alharaca, cayo desmayada sin consuelo y sin nadie que la atajara, entre las risillas de uno y otro, el joven se acerco al gato pues este lo miraba insistentemente, cuando estuvo lo suficientemente cerca, notó que el ratonesco  ejemplar, no olía mal y que aun se encontraba tibio al tacto, pues sus mejillas lo advirtieron al acercarse a mas de centímetro, “No parece estar muerto” indico el joven y el gato que con un maullido corroboraba el comentario, “Imposible, soy la mejor veterinaria” decía la prima abriéndose camino hasta el supuesto cadáver, en efecto, el maltrecho culli aun respiraba y tras un exhaustivo examen, la prima dio su segundo diagnostico, el animalillo estaba vivo solo quería descansar, “Ábranle paso, prepárenle una cama” gritaba el padre. Y así todo vuelto a la vida, el gato ponía caras al joven, el cual se maravillaba de la noble acción de su nunca bien ponderado amigo, quien lo hubiera pensado, que después de haberle dado una buena zarandeada al pobre animalejo, lo salvaría de una horrible muerte enterrado bajo cincuenta centímetros. Que sabio y que noble eres mi atigrado amigo, le decía el joven al gato y en un acto casi reflejo, el joven por un momento habría jurado que su anaranjado gato le había sonreído y asentido, pero fue un segundo, seguido de un estruendoso maullido. 

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