Ya tenían todo preparado para realizar su más ambicioso proyecto, su deseo más grande, oculto, maligno; mucho tiempo preparándose, mucho tiempo practicando, esperando, todo para este momento, el fruto de sus esfuerzos y engaños, el momento de llamar a Lughdait, su maestro, un demonio extremadamente poderoso, ambicioso, al igual que ellos pero magnificado. Muchos trataron de llamarlo, pero no pudieron con su ira y perecieron como los indignos que eran.
Preparaban los últimos arreglos para la ceremonia, era una noche oscura, en la que el silencio era destruido por una lluvia torrentosa, que les era perfecta para esconder sus gritos y aquella oscuridad de catacumbas en la que sus siluetas no se distinguían, todo estaba según ellos a su favor, en su mente el miedo y la emoción se mezclaban creando un sentimiento excitante
Todos los miembros del grupo se sentían preparados, a pesar de tener el temor propio de la situación, lo ocultaban con algo de maestría tras una supuesta ansiedad. Ellos eran ya experimentados en estas cosas, todos llevaban más de tres años practicando este tipo de cosas, aunque nunca habían intentado algo de esta magnitud y tal vez jamás lo hubiesen intentado, al menos solos pero ahora estaban juntos, ahora era posible.
Esta invocación era más trascendental que cualquiera que pudiesen haber tratado antes, ya no se trataba de seres a los que fácilmente se les podía robar el poder o a los que les podían dar órdenes como a esclavos, no, esta era la oportunidad de tener un poder inimaginable, ser capaces de todo, todos juntos, ya que por separados ni se les pasaría por la mente.
Con todo listo los seis integrantes se pusieron en la posición de la estrella de seis puntas; cada uno con sus tres años de experiencia, a las tres de la mañana. El sacerdote que dirigiría la ceremonia abre el libro y comienza a recitar las palabras en latín, haciendo parecer que el tiempo se detiene, los nervios y la ambición se mezcla y cada gota de lluvia se confunde con el sudor de los participantes.
Así sigue la invocación, aparece el cansancio en los cuerpos y mentes de los presentes, la energía que deben otorgar para este proyecto es demasiada y los estragos se hacen notar enseguida, las piernas les flaquean, los brazos les pesan, la espalda les duele, pero todo ese esfuerzo es por una finalidad, por eso vale la pena, para mantenerse en su estatus. Todos ellos pertenecían a la alta sociedad, siempre pulcros para la vista de la sociedad, pero con el alma podrida por dentro, podrida en la soledad, en sus altos puestos de trabajo, nadie sería capaz de sospechar de ellos, de esas personas tan bien intencionadas, tan orgullosas, al menos, que eso parecían, pero ellos sabían su verdad, sabían que sus almas estaban condenadas hacía ya mucho y que eso jamás cambiaría. Todas esas cosas pasaban por sus mentes mientras estaban en una especie de hipnosis que fue interrumpida bruscamente por el cambio de director de la ceremonia, ya que quien la estaba dirigiendo estaba casi a punto de desmayarse, por la energía que había empleado, ya parecía un muerto, con la cara pálida, disimulada por la penumbra que habitaban en ese momento.
El tiempo que transcurría era una eternidad, al menos eso les parecía, así lo sentían en sus cuerpos, en sus mentes, en sus espíritu Pero su espera estuvo recompensada, cuando llegó el momento del final, ya sólo bastaba verter la sangre de quien sería el controlador de la bestia, nadie se adelanto, nadie quiso pasarse de listo, ya que ninguno de ellos era tan iluso como para creer que podría dominar solo a aquel espíritu de destrucción
La sangre fue vertida, las gotas tocaron el símbolo y las últimas palabras del conjuro fueron recitadas y ahora sólo faltaba esperar a que ocurriese algo, de pronto, un rayo subió hacia el firmamento desde el centro del símbolo y la tierra comenzó a temblar; los miedos se magnificaron, el rayo aumento su fuerza encegueciéndolos a todos con una luz blanca y ardiente, pero de pronto la luz cesó, se apagó, se esfumó junto al temblor y todo volvió a la normalidad como si nada hubiese pasado, hasta que de pronto la tierra se abrió, y de ese agujero pareció la bestia que estaban esperando, gigante, del color de la sangre, con una mirada que traía la muerte impregnada, de dientes como navajas, con garras capaces de destruir cualquier cosa. Uno de los presentes venció su miedo y se le acerco para darle una orden, pero el ser sólo lo miró y luego de un segundo lo lanzó por los aires de con una garra, dejándolo muy mal herido. El resto de los presentes trataron de darle una orden al unísono, pero no dio resultado tampoco.
Pusieron de pie al hombre que había sido arrojado y trataron de tomar el libro de las invocaciones, su fuente de control, su única oportunidad, pero el demonio lo tomó primero y como si fuera una sola hoja de papel lo destrozó. Ese era el fin de sus esperanzas, ese movimiento acabó con sus ilusiones de poder, con cualquier intención de salir con vida.
En un último movimiento trataron de vencer al monstruo con sus poderes, pero sus energías estaban muy debilitadas por haber traído a ese ser hasta este mundo, el monstruo hizo un gesto de burla y se abalanzó sobre ellos, los hirió con sus garras, quemándoos y bebiéndose la sangre de sus víctimas, pero dejándolos a todos vivos, disfrutando el dolor de aquellos humanos, cada grito, cada quejido aumentaba su placer.
Pero este ser aparentemente irracional tenía su propio plan, todo lo que había hecho tenía un motivo, seis rasguños a cada uno, para cumplir con ese plan, plan que los necesitaba vivos en cuerpo, pero muertos por dentro, como ya estaban desde hacía tiempo atrás. Los movía como a simples títeres, como a unos trapos en sus manos gigantescas, para soltarlos en la posición en que los quería e inmovilizarlos con una mirada que hacía que los cuerpos de estas personas se petrificaran y solo respiraran con dificultad. Trataron en vano de decir algún conjuro, ni balbuceos salían de sus bocas, nada para controlar a la bestia podía ahora resultarles.
Ahora era el turno del invocado de invocar, y de los que creían ser invocadores ahora era el turno de pasar a ser los símbolos, los instrumentos, el canal para el demoníaco nuevo sacerdote de la ceremonia. Comenzó a decir sus conjuros, en un idioma inentendible, con gruñidos y quejidos que no parecía tener el mayor sentido, pero que iba haciendo que los cuerpos de estos pobres condenados se quemara cada vez más, que las heridas dolieran hasta penetrar la carne, los huesos y todo su ser, haciéndoles desear la muerte a cada instante; pero la muerte también jugaba con ellos como cómplice del demonio se les acercaba y alejaba, haciéndoles mayor el sufrimiento. Mientras ellos estaban en su agonía el demonio brillaba a cada palabra que decía, cada vez más, hasta que de pronto lanzó un rugido al aire, abrió los brazos e hizo cesar el brillo de su cuerpo, pero en cambio el de los hombres comenzó a brillar fuertemente, causándoles un dolor imposible de soportar, pero ellos estaban obligados a hacerlo, hasta que la agonía se detuvo, llegando la muerte a liberarlos, sus entrañas explotaron y de ellas salieron unas luces que se juntaron y crearon una puerta gigantesca, una puerta de una luz oscura, que se apareció gracias a los seis ilusos que pasaron seis horas, para conformar seis símbolos y así traer una puerta al infierno controlada por un demonio.
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